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Dalai Lola y los microplaceres


Hay días en los que me levanto con una sonrisa genuina y los ojos con el filtro puesto para ver lo bonito del mundo, como si el Espíritu Santo hubiera rociado en mí una energía divina mientras duermo -ciertamente, esto no sucede cuando sueño con mi ex-. Por poco parezco la mismísima reencarnación de Buda, a pesar del despeluque mañanero -que, además, se convierte en el look perfecto para volverme hippie y tatuarme en la frente “paz y amor, hermanos”-. Y es que, entre tanto drama, nunca sobra un día para entregarse a la armonía con el mundo, aceptar a los bizcochos indiferentes, recordar los momentos felices, comerse dos postres sin culpas y, bueno, sentir una chispa de placidez en el alma.

Ugh. Qué cursi soy.

Y sí, Lolitas, creo que me he convertido en el Dalai Lola. Definitivamente me puse melosa con la vida, pero ¿cómo no?, si solo viviendo es que puedo saborearme una fresa dulce, quejarme del dolor en el estómago cuando río a carcajadas, sentir un vacío frío en el cuerpo antes de hablar en público, llorar silenciosamente de la ternura al ver una pareja de viejitos y acariciar la panza de mi gato cuando ronronea. ¿Quién dijo que las Lolas somos solo nuestras odiseas? Claro, ¡el drama está en nuestro ADN loludo!, pero también somos nuestras reflexiones, nuestras alegrías… de vez en cuando se nos sale lo pacíficas y lo filosóficas. Y eso está bien, hace parte de ser mujer, de ser humana.

Entonces, despidamos el 2016 con una oda a los romances que tenemos día a día con una hamburguesa, con nuestras amigas, con nuestros primos, con nosotras mismas. Dejemos el estrés de los exámenes finales, el desespero por hacer la dieta para las vacaciones de fin de año y el complique por comprarle el regalo a los suegros. Tomémonos un segundo para recordar el primer ‘te quiero’ de ese bizcochito difícil, el consejo celoso de nuestros padres, la mirada cómplice de la hermana, la amiga que nos salvó la dignidad sosteniéndonos el pelo en esa borrachera, la intriga de un chisme, el libro que nos repetimos y nos sorprendió de nuevo, la primera vez que manejamos un carro, el diario fracasado que empezamos a los 12 años… ¡Pongámonos en modo Dalai Lolas, que el amor está en todas partes!

Y es que son esos microplaceres los que hacen grandiosa la vida: las sonrisas efímeras pero sinceras, los abrazos duraderos, el orgasmo no fingido, el saludo a un desconocido y, el mejor de todos: quitarse el sostén al llegar a la casa. ¡Disfrutémoslo, Lolitas!, que esta sensación no es eterna, el drama nos espera a la vuelta de la esquina. Creámonos Buda por un momento antes de volver a dar todo por sentado.

Escrito para: www.lolas.com.co

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