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Carta a un amor con fecha de vencimiento

¿Y qué si te escribo después de un año? Ya mi corazón no siente al tuyo y mi pluma puede escribir tranquila sobre ese día en el que te fuiste. Recuerdo que la tristeza llegó de un jalonazo, como si hubiera querido robarme un beso que me succionara el alma.

A veces me visitaba en los días soleados; otras, venía acompañada de su colega, la lluvia. Ella se tomaba el atrevimiento de entrar a mi pecho y volverlo frío, luego pasaba por mi corazón y lo pintaba de negro. Cuando se quería ir, se iba para los ojos y se despedía en forma de lágrima.¡Tan conchuda la tristeza!, cree que puede irse después de hincharme la cara, resecarme los labios, acabar con mis uñas y quitarme el pelo.

Tan parecida a ti. Y tú tan diferente a mí.

Tú eres aviador y yo aerealista, pero tú vuelas para escapar y yo para encontrarme. A ti te gustan las apariencias y a mí el mar profundo. Intenté mostrarte que una sonrisa valía más que una burla, que un libro transportaba igual que tu avión y que la vida era para llevarla con ganas, pero tú insististe en la plata, en dormir sin soñar.

Cuando nos enamoramos éramos apenas unos niños, intercambiábamos nuestras alas sin saber que estaban hechas de materiales tan distintos y nuestros cielos, de ingredientes opuestos. Fue con el tiempo que aparecieron las contradicciones, hasta que me di cuenta que lo único que nos unía era mi miedo a no seguir contando los años contigo.

Tú fuiste esa justificación, esa excusa que abracé por siete años y que casi no suelto. Ese “para que un amor valga la pena tiene que ser difícil” que me repetí tantas veces cuando creía amarte y me convencía de que nos complementábamos.

Yo le digo a la gente que está equivocada, gracias a ti encontré un principio universal: el ciego no es el amor sino el apego, y como es ciego siempre camina con un bastón que se llama locura. No, no la de risas y acrobacias sino una que grita y llora, que araña las paredes y da dolor de cabeza, que hay que tenerle miedo porque cuando no se aguanta a sí misma, aporrea a los demás.

Nuestras manos se entrelazaban y nos decíamos “te amo” por inercia, hasta que la locura empezó a invadir la comodidad mediocre, infeliz y estática que habíamos construido entre los dos. Comencé a llorar como un carro que se queda sin frenos, mientras tú corrías la maratón de la indiferencia y le ganabas la carrera a la consciencia. Yo preferí perder y quedarme con ella, así me doliera el orgullo por no competir.

Tú te fuiste y, aunque me costó mi sonrisa unos meses, yo te dejé ir.

Pasaron los días, al principio inacabables, y me hice amiga de la tristeza. Me di cuenta que lo que tenía de conchuda, lo tenía de creadora. Ella, bien ajustada a mi ombligo,me ayudó a reinventarme, a volar más alto y a decorar ese corazón que quedó negro con una luna, tres cometas y mil estrellas, algunas fugaces y otras infinitas.

Un día amanecí sin ella y mis ojos estaban secos. No entendí por dónde encontró la salida, pero no ha vuelto. No la espero, sin embargo es bienvenida y ya no le tengo miedo, porque entendí que los abrazos caducan y que los besos con amor tienen fecha de vencimiento.

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