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Si las Ninfas hablaran


Imagen: Will Cotton

Así, de un momento a otro, se esfumaron de las pinturas. Los bosques mágicos quedaron desolados y los estanques sombríos en extrema quietud. Las Ninfas se evaporaron de sus obras como por arte de magia y desde entonces los mares dejaron de ser coquetos, los sátiros perdieron su objeto de espionaje y los pintores, angustiados por no encontrar a sus protagonistas, se reunieron con miles de preguntas sin responder.

Un día, a eso de las dos de la tarde, se reportó que en el estudio de un joven artista francés, dos ninfas aparecieron en una de sus obras. Tiradas sobre una nube de algodón de azúcar estaban ambas, bien carnudas y bellas, conversando sin afán ni miedo. Reposaban con rebeldía y sensualidad, con una pereza erótica que hacía que todo aquel que las viera extendiera su mano para tocarlas.

Al cabo de unos días, cientos de pintores se congregaron y, muy desconcertados, fueron a visitarlas. La ninfa más rubia, con cierto fastidio, salió de su ensimismamiento y se volteó con un suspiro:

- Ugh… No es tan complejo. Nos cansamos de correr y jugar como si no nos diera hambre y sueño, nos aburrió imitar una inocencia que no tenemos y pretender desear a un hombre que no nos hace falta. Tal vez volvamos cuando entiendan que solo hay una manera de admirar nuestra desnudez y es abrazar la indomabilidad de nuestras almas.

Y, mientras su compañera ignoraba lo que pasaba con una serenidad angelical y erótica, agregó indiferente:

- No se hagan los sorprendidos. Si somos libertad en potencia de la naturaleza, ¿en serio esperaban que nos quedáramos encerradas en su paisaje enmarcado con madera?

Blanqueó sus ojos y se llevó a la boca un pedazo de la nube de algodón de azúcar, como si nada ni nadie turbara esa belleza insurrecta, esa placidez que era poesía en un sentido total.

Los pintores entendieron con desazón y soltura que por fin habían alcanzado lo que muchos de ellos soñaban: darle vida, literalmente, a su creación, aunque eso implicara, también, darle libertad.

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